miércoles, 28 de junio de 2017

Yo, yo misma



Muchas veces, casi a diario, me hablo a mí misma.
Si bueno, ya sé que no es algo tan raro, ¿Quién no se ha hablado a si mismo alguna vez? Aunque hay quien dice que hablar solo no es malo, pero sí lo es si te preguntas y contestas a ti mismo. Por algo de una tal esquizofrenia o algo así.
 Bueno yo de eso no estoy muy convencida, lo que si tengo claro, es que me discuto conmigo misma y últimamente muy a menudo. ¿Sobre qué? Pues no sé por dónde empezar, la verdad, que cualquier cosa que se me pase por la cabeza es motivo de discusión desde la temperatura del agua de la ducha hasta la música que me da por poner.
Ha llegado un punto que me he dejado de hablar. Si, si, no me hablo a mí misma. El problema radica en cuando hay que hacer las paces y como. Cuando te discutes con alguien es simple, ya vendrá a disculparse, siempre es culpa de los demás, ¿o no? O si es tu pareja, si la tienes, es tuya. Algo habrás hecho para cabrearla, si eres hombre, porque las mujeres siempre tenemos la razón. Durante toda la vida del hombre es así, desde tu madre, tu profesora en el colegio, hasta tus amigas, novia y mujer, si es que logras ser convincente para que se casen contigo. O eso o al final aceptas el chantaje emocional al que te han sometido, con ultimátum incluido. Las mujeres que somos así.
Pero claro, cuando te discutes contigo mismo es diferente, conoces exactamente cada situación difícil, incomoda y vergonzosa que te haya ocurrido. Y eso da pie a que te puedas echar en cara miles de cosas. Una parte de ti se vuelve totalmente histórica, si, si, histórica no histérica, aunque a veces se complementan. Porque sabe exactamente cómo y cuándo pasó todo.
Entonces es muy complicado decidir quién tiene que dar el primer paso a la hora de pedir perdón, porque claro, algunos pensaran, pues se cuenta hasta tres y lo haces a la vez, pues no, eso no es posible, porque siempre una parte es muy orgullosa, y claro, a saber que se le ocurre en ese momento para hacerte mosquear.
Como por ejemplo cuando estas muerta de sueño, y te echas en la cama relajada y estas en ese duerme vela tan acogedor y de repente sin venir a cuento te llena la cabeza con imágenes de esa persona, ya sabes, esa persona a la que echas de menos y claro empiezas a pensar a pensar y cuando te has querido dar cuenta es la hora de levantarse. Y te miras al espejo y ahí empieza de nuevo otra pelea.
-Pero como se te ocurre dejarme toda la noche desvelada, mira que cara me has dejado, como voy ahora a ningún sitio.
Y tu otro yo -¿Pero tú no estabas enfadada conmigo y no me hablabas?, (pero te lo dice con recochineo) pues haberme seguido ignorando.
Y claro entonces te reprochas -Es que gritabas demasiado alto.
Y nada que a lo tonto a lo tonto vuelves a hablarte a ti misma, te ríes, lloras, cantas en tú mente con los coros y todo, reproduces cada momento estúpido y discutes como hubiera sido mejor hacer las cosas. Y así día tras día, hasta que vuelva a ocurrir ese algo que te haga decir;
-¡Se acabo, ya no vuelvo a hablarte en la vida!
En definitiva por mucho que queramos nadie nos conoce mejor que nosotros mismos, así que lo mejor es seguir peleando para así conocernos aún mejor.



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